Jurista de formación, abate de profesión, lexicógrafo por pasión, Antoine Furetière, uno de los Cuarenta de la Academia francesa, fue vergonzosamente expulsado de la misma en 1685 por haber violado el monopolio real del que, en materia de diccionarios, se beneficiaba la Academia. En 1690, publicó su Diccionario universal, cuya modernidad le valió un éxito inmediato. No es menor lo que se juega en esta "querella de los diccionarios": la disyuntiva entre el método purista de la Academia que apunta a fijar un estado aristocrático de la lengua, a imagen del orden versallés, depurándolo de todo neologismo, por una parte, y, por la otra, el abordaje crítico y erudito de Furetière, que recuerda que la lengua pertenece a todos, que se enriquece con el tiempo y que fijarla es sofocarla. Su combate por el libre despliegue de la lengua y, por ende, de las ideas, sigue siendo de absoluta actualidad hoy, cuando la privatización de la información y del conocimiento redobla su amenaza.
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